martes, 27 de abril de 2010

Acerca de hombres sabios y, buenos compañeros (Couloir de Gaube al Vignemal)

Nunca me han gustado los relatos de montaña en los que se hace un claro abuso de la épica para ensalzar las hazañas de un alpinista, por el contrario más me apasionan las historias sencillas de montañeros valientes y a la vez humildes que, como sufridas hormigas, hacen del silencio de sus logros un estilo de vida. Ellos saben relativizar los hechos, buenos y malos, que se viven en este terreno de aventura aprendiendo de sus consecuencias.

Este último mes he tenido la suerte de conocer, en dos momentos distintos, a dos de estas "hormigas", Raúl y Sergio, ambos guias de montaña, hombres tranquilos e intuitivos, de mirada profunda, en cuyo rostro, curtido por el sol y el viento, se puede adivinar la sabiduría que atesoran y la pasión por su trabajo. De Raúl me quedo con una frase que dijo, no recuerdo muy bien porqué, cuando estábamos tomando una cerveza en Canfranc: "en la montaña siempre hay que tener calma, porque te permite aplicar en cada momento la solución concreta al problema que se plantea", de Sergio con el consejo: "no te preocupes son sólo los zarpazos clásicos de cada batalla".

¿Porqué digo esto?, pues, por que quizá a lo largo de estos días sus consejos me han sido muy útiles.

Por otro lado alpinismo, generalmente es sinónimo de "cordada", y este termino a su vez es sinónimo de compañerismo y equipo, donde el hecho individual cede ante el interés común. En esta actividad hicimos muy buena cordada, sinceramente creo que mis compañeros fueron excepcionales.

Serían sobre las 09.30 horas del día 24, cuando forzando la segunda dificultad técnica del Couloir de Gaube, el estrechamiento, salí despedido por los aires. Era la consecuencia de encontrar un paso descarnado de hielo, en el que al fallar uno de los piolets colocado en la roca unido a la incorrecta posición de un crampón, que finalmete resbaló, me dieron el billete para el viaje de vuelta a la reunión. Durante el vuelo sólo me preocupé por evitar golpear a Lorenzo y Carmen, cosa que por fortuna casi ocurrió (a Carmen le dejé un pequeño recuerdo con los crampones). Después el impacto contra la nieve helada. Más tarde unos instantes de silencio hasta que Lorenzo me preguntó si me encontraba bien, le contesté que sí, que no había sufrido ningún rasguño. Volví a guardar silencio, permanecí tumbado en la misma posición que había caído, le emoción me quería hacer llorar de rabia y frustración, pero la contuve, no quería que mis compañeros me vieran. Lorenzo me pregunto si lo volvía a intentar, recordando la frase de Raúl recupere la calma y, valorando la situación, le pedí que se pusiera en cabeza de cuerda. También le dije a Carmen le asegurara, esto me permitía recuperarme de la descarga de adrenalina sufrida y encontrar la calma necesaria para finalizar la vía.

Superada la cascada de hielo final, sin otro contratiempo, el sol no recibió a los tres en el collado de la Pique Longue, donde nos abrazamos felices por el buen trabajo realizado en este magnifico y recomendable recorrido glaciar del Pirineo.


Después de comer e hidratarnos, iniciamos el largo y tortuoso descenso por la ruta normal, en ese momento intuí que iba a librar una dura batalla interior, puesto que la caída, a pesar de no tener ninguna consecuencia física, había minado mi moral. No me aliviaba haber realizado casi dos tercios del recorrido en cabeza de cuerda superando la primera dificultad, de nada me servía consolarme pensando que no era la primera vez que sufría una caída en una vía de alta montaña, tampoco me servía no haber sentido miedo durante el vuelo y haber recuperado la calma en pocos minutos, sólo me atormentaba que me hubiera pasado en esa vía, precisamente en esa, con la que llevaba soñando muchos años y para la que me consideraba técnicamente preparado. No era un reto subir el couloir, no era un objetivo, no me había planteado la ascensión como una batalla para vencer a la montaña (nunca lo hago), no quería la gloria personal para luego presumir, solo quería ascender por ella disfrutando como si estuviera con un ser querido y, sin embargo, sentía que me había rechazado.


Cabizbajo y extenuado, por lo largo del día y la frustración, llegué al refugio de Oulettes. Mi interior estaba vacío, pero quería disimular mi estado de animo, por eso hablaba con normalidad con todo el mundo. Objetivamente debía estar muy satisfecho por la actividad y por el apoyo de mis compañeros, pero la procesión iba por dentro. No se cuanto tiempo estuve así, solo se que en un momento dado me cruce con Sergio quien con mirada adivina me pregunto por la actividad, le dije que muy bien, destallándole lo sucedido. Después de escuchar atentamente sólo contesto (apoyando su mano en mi hombro y mirándome a los ojos) haciendo referencia a la "batalla" y, luego , continuamos hablando de otras cosas. A partir de ese instante sentí un gran alivio.


La verdad es que ahora que ya han pasado unos días y pensando en lo ocurrido creo, sinceramente, que no debí sentirme frustrado ya que simplemente como dijo Sergio fue un "zarpazo" y lo cierto es que debes estar siempre preparado para afrontarlos si es que algún día quieres dejar de ser un aprendiz de alpinista.


De la aventura solo quedan cosas buenas, de entre ellas me quedo sin duda con el buen hacer y el ánimo moral de mis compañeros y con el recuerdo de dos hombres humildes, sabios y entregados por entero a su pasión, la montaña, que con sus consejos me han ayudado mas de lo esperado, espero volver a verlos pronto y disfrutar de nuevos proyectos.

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