Los calcetines se habían ganado tan merecida jubilación, y de hecho los agujeros de los extremos parecían gargantas pidiendo a gritos clemencia tras duras jornadas de trabajo en la montaña, pero lo que no sabíamos, ni ellos ni yo, era que todavía quedaba un último esfuerzo que, a la postre, planifiqué esa misma noche.
Antes de continuar, diré que José Manuel quedó encantado con su bautismo montañero, haciéndome jurar que volveríamos a repetir experiencias en otros lugares. Se portó como un titán, desvaneciendo cualquier duda que pudiera tener sobre sus capacidades para este tipo de actividades.
Después de dejarle en la Estación Intermodal, y recordando que la previsión metereologica para la semana entrante continuaba siendo buena me ilusioné con realizar un itinerario de los de toda la vida "la norte del Aspe" (mejor dicho el corredor noroeste). Esa misma noche hice una llamada telefónica pero la gestión resultó infructuosa. No estaba dispuesto a renunciar a un día de montaña por eso inmediatamente pensé en un plan B, que pasaba por subir a esta cumbre por la ruta normal tomándola desde la estación de esquí de Candanchú. Una vez decidida la actividad, en lugar de jubilar a mis sufridos compañeros, los metí en la lavadora a la vez que les solicitaba un último esfuerzo......lo entendieron.
Dos días después estábamos de camino. Salí temprano con la idea de empezar la ascensión con las primeras luces del día. Las previsiones meteorológicas eran muy buenas, el firmamento estaba lleno de estrellas, el frío intenso y la calma del viento auguraban un buen día para hacer la actividad.
Sobre las 07.15 llegué a Candanchú y comencé los preparativos. Me costó un poco salir del coche, por esa pereza natural a abandonar el confort y la comodidad, pero a las 08.05, con todo lo necesario, partía hacia la cima.
Caminaba despacio, sin prisa, con la clara intención de no malgastar ni un gramo de energía que pudiera ser necesaria más adelante. Tras hora y cuarto alcancé el collado de Tortiellas bañado por el sol. Hasta este punto la subida la realicé por las pistas de la zona de la Rinconada y el Paso. Desde aquí continué unos minutos por las pistas hasta abandonarlas más adelante para descender hacia el barranco de Tortiellas.
En este punto paré para reponer fuerzas, mis calcetines, a pesar de sus agujeros respondían bien. Pensando en ellos recordaba cuando los adquirí para ir por vez primera a los Alpes, después les tocó un treking por los Annnapurnas y varias visitas más a Alpes, todo ello sin contar con las horas de "pateo" en Pirineos. Cuando los compré en Andorra me pareció una locura el precio a pagar, pero debo reconocer que acerté al dejarme aconsejar ante tan buen producto.
El sol bañaba todo el barranco, yo marchaba con ánimo y eso me hacia sudar mas de lo esperado, aún así estaba a gusto, sobre todo cuando miraba el Aspe, tan soñado, tan querido, tan espectacular. Iba tan emocionado que sin darme cuenta remonte la inclinada pala de nieve que deja en el punto donde se separa la ruta normal del inicio del lado norte, habían trancurrido dos horas y media desde que dejé el vehículo y ya estaba allí, miré el corredor noroeste y pensé.....otra vez será......, continuando sin vacilar.
Proseguí el camino por una pala de nieve que me deposito en un pequeño llano, para inmediatamente después girar a la izquierda y afrontar un tramo más pronunciado que el anterior (40º) en el que encontré la nieve helada. Este sector requirió un poquito más de atención hasta que finalizó en el collado que separa el valle de la vertiente de Aisa con la de Candanchú. De aqui hasta la cima una huella bien marcada me depositó en la cumbre en apenas cuatro horas desde el inicio de la actividad.
Estuve un buen rato arriba, desde mi posición de privilegio, observaba la progresión de dos cordadas por la arista de los murciélagos. Después comencé el descenso, no hubo más historia hasta que llegué al mundanal ruido de una estación de esquí. Una vez en coche, me descalcé y viendo nuevamente a mis sufridos compañeros decidí darles las gracias por los servicios prestados y mi último adiós, depositandolos en un contenedor de basura, dura realidad pero esto es así.
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